Como nacido en esta tierra, siempre he sido una persona orgullosa de la historia, así como de los procesos por los que ha atravesado Monterrey, reconozco mi tierra como cuna de gente visionaria en el sistema empresarial y de trabajadores incansables que crecieron y evolucionaron juntos, producto de esa alianza del sector patronal con el obrero (antítesis de la dialéctica materialista), desarrollaron un tren de vida envidiable en esta estepa norestense.
Orgullo que me impregna aunque tenga, como en todo, algunas discrepacias con el tono conservador y a veces exclusionista que ha tomado, es por ello que me causó gran malestar la reacción que como sociedad tuvimos ante el reciente crimen en la Colonia Cumbres de la ciudad de Monterrey donde un joven, en un ataque psicótico, intenta matar a su exnovia, acabando con la vida de los hermanos menores de la misma.
Es un crimen que afectó en muchas maneras a nuestra ciudad, tanto por el carácter infanticida y múltiple del mismo, a lo cual no está acostumbrada esta ciudad, como por el estrato social donde se llevó a cabo (medio-alto, alto) lo cual causó un sentido de cercanía con el resto de la abundante clase media regiomontana.
Un sentimiento de linchamiento hacia el ejecutor se sintió por toda la ciudad, pero la hábil abogada del asesino, de historial muy cuestionable, mediante una campaña de difamación, con las facilidades que una herramienta como el internet le da, intentó cambiar los roles asesino-víctima, con la ayuda claro de los medios de comunicación, filtrando versiones contrarias a las alcanzadas por los péritos donde ponía a su exnovia, a la que acuchilló, como victimaria y asegurando la existencia de relaciones sentimentales con la madre de la misma, una astróloga que trabaja para un canal televisivo regional.
Esto no sería mayor problema si no fuera que mucha gente empezó a creer estas versiones y empezó a erigirse en censor de la moralidad de la familia olvidando el tema central que es la tragedia de haber perdido a 2 hijos de esta señora, y cambiando de lugar a las víctimas para convertirlas en victimarios al punto de enarbolar como una bandera de injusticia el proceso contra el novel criminal.
¿Qué nos pasó, Cómo fue que caímos en este juego? ¿Quién nos da el derecho de hacer juicios morales de los demás? ¿Quiénes somos?
Epílogo
Hace 13 años.
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