La semana pasada, aprovechando el fortuito fenómeno de haber conseguido un boleto por las vías no tradicionales (las legales) acudí al Estadio Tecnológico de esta ciudad de Monterrey a escuchar a la banda irlandesa U2 y ser absorbido por el espectáculo que lo rodea, Bono en su retórica de la exaltación de los miserables grita que necesitamos dejar de buscar el sueño americano para buscar el sueño mexicano, a lo cual le encontré mayor sentido que hablar de pacifismos y estabilidad económica en la misma mesa que comparte con W jr. y Zedillin el payasito del sexenio pasado.
Pertenezco a una generación muy particular de este país, aquella que no conoce un momento histórico del mismo en el que no nos hayamos encontrado contra la pared, derrotados, quebrados económicamente e insultados en nuestra soberanía por nuestro vecino. Sin embargo seguimos adelante.
Algunos al no poder soportar esta miseria han huido de este país buscando su tablita de salvación en la explotación de la mano de obra allende la frontera, otros nos aguantamos y en una, por algunos incomprendida, obstinación seguimos creyendo en esta tierra, en el tesón de su gente y en su capacidad de supervivencia en la jungla de concreto en que se han convertido sus centro urbanos.
Es la combinación de todo esto lo que conforma la sincrética cultura que nos es afín, la que nos permite ser felices en medio de la desgracia, porque hemos hecho de la muerte compañera de copas, porque somos en extremo políticamente incorrectos, porque nos reímos de lo que debería causar terror, y es esta actitud el único bagaje con el que transitamos por la efímera experiencia de existir.
Epílogo
Hace 13 años.